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Esta noche, estaba despierto en la cama, mirando sus juguetes a la luz suave de la luna.
Los cochecitos estaban bien aparcados, las muñecas arropadas en sus mini camas y los peluches sentados tranquilos con caritas dulces.
Entonces, un pensamiento silencioso susurró:
– ¿Y si se despiertan... y empiezan a moverse?
Un pequeño escalofrío recorrió su cuerpo.
Justo entonces, se oyó un suave plip-plop en la ventana.
Era Friggo, la rana amable, brillando ligeramente bajo la luz de la luna.
– ¿Puedo contarte un secreto? —preguntó mientras se acomodaba cerca.
– ¿Un secreto?
– Todos los juguetes duermen por la noche —dijo Friggo—. Los coches descansan para volver a correr mañana.
– ¿También las muñecas?
– Están soñando con los juegos que harán cuando salga el sol.
– ¿Y los animales de la granja?
– Acurrucados en sus establos, recargando energía para más diversión.
La voz de Friggo se volvió suave como una canción de cuna:
– Todos necesitamos descansar para hacernos fuertes. No solo tú —todos los pequeños amigos de esta habitación. Todo el mundo respira... y duerme.
miró a su alrededor. Con una sonrisa soñolienta:
– ¿Y tú, Friggo? ¿Qué harás tú?
– Me quedaré aquí, a tu lado. Velando por ti toda la noche.
sintió un calorcito por dentro, como un abrazo sin brazos.
La habitación se sentía segura. La noche, amable.
Cerró los ojos, su respiración se calmó... y el sueño llegó suavemente,
mientras Friggo cuidaba de él bajo las estrellas.